domingo, 23 de junio de 2013

¡Duerma bien mi General!



      Gilberto Carrasco abre los ojos y se encuentra de nuevo en la calle de su infancia, aquella donde jugaba a las canicas, organizaba partidos de fútbol y alguna u otra pelea entre compañeros de salón. La calle sigue igual que en sus recuerdos, la única diferencia es que las paredes de las casas ya no son blancas y lisas, se han convertido en muros semidestruidos, teñidos con una mezcla de graffiti, pegamento para afiches y manchas  de sangre, las cuales  emanan en borbotones de los huecos producidos por balas de grueso calibre. Esos hilos sangrientos, se conectan como un puente  construido involuntariamente a los cuerpos tirados de estudiantes universitarios, quienes  junto con  una que otra llanta ardiendo, van adornando un escenario apocalíptico ante sus ojos. De pronto, Gilberto escucha un grito que lo saca de su visión bélica. – ¡Ahí hay uno! – Localiza el origen de la voz y mira corriendo hacia él, tres soldados componiendo un ritmo de muerte con sus botas. El solo corre, alejándose de ellos como ciervo ante sus cazadores. Una que otra vez,  en medio de la desesperación de la huida, tuerce el cuello tanto como puede, rogando que en cada intento vea a sus perseguidores desapareciendo.  Dobla la esquina, esa esquina donde robó su primer beso y recibió también su primera cachetada de rechazo. Esa esquina donde exclamaba ideas de revolución para la realización de una utopía. Dobla esa esquina donde su madre se despedía de él con un abrazo y un padre nuestro antes de comenzar su nueva vida .

          Gilberto pasa la esquina llena de recuerdos y mira por última vez hacia atrás,  los soldados han desaparecido. Al momento de volver su rostro hacia el frente, él y sus recuerdos se desvanecen al chocar sorpresivamente contra un hombre. Gilberto cae al suelo, mira a su muro humano y trata de reconocer a aquella figura. El contra luz producido por el sol, ha convertido a aquel hombre en una sombra siniestra.  
-¿No me reconoces? – Le susurra la figura. Gilberto niega con los ojos lo que no entiende. La sombra vuelve a hablar con un tono de decepción – Te he acompañado toda la vida, en todos tus actos, en todos tus anhelos y ahora me desconoces -  Antes de que él pueda contestar, siente las manos de los soldados que lo arrastran. Trata de soltarse pero es inútil, lo único que puede hacer es ver como aquel hombre desconocido para él, se va haciendo cada vez más pequeño, mientras lo arrastran a lo desconocido. Gilberto deja de poner resistencia y cierra los ojos como tratando de escapar a su realidad.

         Cuando los vuelve a abrir, la calle se ha convertido en un estadio de luces apagadas, oscuro, solo con las estrellas alumbrando el césped. Ese es el mismo estadio que él frecuentaba cuando era joven y la vida solo era fútbol y amigos. El lugar donde se gritaba por pasión, ahora solo es un recinto macabro. No está solo, cientos de jóvenes sentados, mirándolo a él, solo a él, como si fuera el único en el lugar. Entre ellos, lo ve de nuevo, es la misma figura de la calle de su infancia, ahora lo ve un poco mejor, distingue un uniforme militar, pero aún no lo reconoce. Hay algo en él, que le es muy familiar, pero aun así, tan distante como su mismo pasado.  – ¿Quién eres? – Gilberto pregunta a aquella silueta extraña – Tú me conoces – Le responde el hombre. Gilberto se aproxima a él para observarlo mejor y tratar de reconocerlo, pero algo lo detiene. Un grito se oye escondido en la multitud, seguido por un llanto de desesperación. Es claramente una mujer. La figura, la sombra con uniforme militar apunta a un lugar. Gilberto se acerca y la busca entre las miradas de la gente, llega donde ella y la reconoce, es Julia, su esposa, la abraza, la besa, pero ella no reacciona, solo llora y apunta a unos militares con un bebe en brazos, él grita, y corre hacia ellos, como si fuera su hijo el robado de los brazos de su madre. Un culatazo fulminante  lo desmaya antes de llegar a su objetivo.

         Reacciona al golpe. El estadio ha desaparecido, ahora se encuentra sentado en una silla, amarrado, desnudo. El hombre misterioso con uniforme militar lo mira desde una esquina de aquella habitación. Gilberto ha estado ahí antes, vagamente lo recuerda, el color de la pared, un azul frio descascarado, recuerda hasta la misma silla, pero dentro de su recuerdo,  en aquella silla, el que esta sentado no es él.

- ¿Todavía no me reconoces Gilberto? – Pregunta el militar mientras camina hacia él. Gilberto no puede mirar su rostro, quiere reconocerlo pero no puede. El sonido de sus botas aumenta como si él lo provocase intencionalmente mientras camina en círculos alrededor de la silla.
- ¿Por qué me hacen esto? – Pregunta Gilberto mientras el hombre se coloca detrás de él y presiona fuertemente sus hombros  - Es graciosa la vida. Un día te encuentras en lo más alto del reino animal y al minuto siguiente, solo eres una rata asustada en un laberinto de cemento – Gilberto responde tratando de soportar el dolor que le produce las manos del extraño hombre en sus hombros.  - Yo no me merezco esto. Todo lo que hice, no fue por mi, fue por la patria, fue por mi gente, por nuestros ideales.
-       ¿Pero a qué precio Gilberto?
-       Al más alto, hice todo que fuera posible para que mi sueño se vuelva real
-       ¿Silenciar voces? – La pregunta retumba su oído. Gilberto puede sentir un olor a putrefacción saliendo de la boca de su acompañante -¿Ocultar verdades? –  El hombre se acerca cada vez más a su rostro.
-       Fue necesario – Le responde escapando de ese olor que se introduce poco a poco en sus fosas nasales - ¿Quién eres tu? Tienes uniforme de oficial. Te ordeno que me dejes hablar con tu superior. Este es un error.
-       No hay errores en la vida. Todo es acción y reacción – Le responde aquel soldado desconocido mientras dos de sus compañeros entran y desatan a Gilberto.

      Los soldados lo conducen a empujones a un baño destruido. Le quitan la ropa y una manguera se encarga de lavar la suciedad y la sangre mezclada en su rostro. El agua helada apenas deja que Gilberto respire. Grita, maldice, llora, ya nada importa, dentro de si mismo puede adivinar su final.

Colocan su cuerpo desnudo en una celda, él se acomoda en posición fetal en una esquina. Cientos de ojos lo miran. Personas desnudas como él le hacen compañía en la oscuridad.  A las horas, soldados entran a la celda grupal y  sacan a un joven. Se escucha un disparo, inmediatamente realizan la misma operación. Un joven, un disparo. A los minutos la habitación se hace más grande. Quedan pocas personas. Gilberto espera solo el momento en que sea él, el protagonista del disparo. Solo quedan dos. Un joven en la esquina opuesta de la habitación y él. El disparo se escucha, los soldados entran a la celda y levantan del brazo a su última compañía. Lo reconoce, es su hijo, Fabián.  Gilberto se levanta con las fuerzas que le quedan y corre hacia él, no dejará que se lo lleven. Es su único hijo, un hijo rebelde quizás, un hijo que nunca estuvo en sus planes. Un hijo que siempre fue la segunda opción de la agenda del día. Tenían diferencias. Fabián  amaba su libertad sobre todo. Gilberto no creía en una libertad absoluta. Esa no es razón para matarlo. Gilberto trata de arrancar  a su hijo de los brazos de la muerte, - Espera tu turno – Le dice el soldado luego de empujarlo hacia el piso. Gilberto se queda mirando a su hijo. No puede hacer nada.  Sus ojos se despiden con un hasta pronto en la eternidad. Un disparo retumba en el lugar.

          Solo le queda esperar su destino. Esta amaneciendo. Un haz de luz entra por un pequeño hueco de la venta tapiada. Ese pequeño regalo de luz  es suficiente para ver la pared cubierta por palabras unidas entre sí, palabras formando frases y estas frases, verdades. Verdades escritas con cinceles sobre el cemento y la piedra. Símbolos que no podrán ser borrados sin antes destruir el lugar. Los tatuajes de una realidad oculta. Cada frase que Gilberto lee hace una herida en su corazón. Ahora lo entiende, pero ya es tarde, no hay forma de rehacer el pasado.

Entran a la celda por él. Gilberto se levanta voluntariamente. Ya no hay nada por qué luchar. Todo lo que él creía terminó derrumbándose como una torre mal construida. Sale de la celda. Su amigo, la figura, la sombra con traje militar lo mira mientras camina a su fusilamiento. Gilberto le devuelve la mirada y cada vez va viendo algo más familiar en su rostro. Llega a un patio con olor a muerte y pólvora. Lo acomodan frente a sus verdugos. Detrás de él una pared con más historias, con más arrugas y con más cicatrices que las de su alma. Rechaza que le tapen los ojos con un pedazo de tela mal cortada. Si es que va a morir, quiere morir con la vista al frente, mirando el punto final de su destino, cortado por la velocidad de una bala.

        El acompañante de su calvario está ahí, detrás del pelotón de fusilamiento, preparado para dar la orden que cegará su vida para siempre. Un silencio sepulcral envuelve el ambiente. Solo se escucha la respiración agitada de Gilberto como queriendo apurar los segundos de su limitado tiempo. El silencio se rompe con la voz del hombre. – Gilberto Carrasco, se le acusa de ocultar verdades, robar inocencias, matar recuerdos, violar dignidades, secuestrar ideales. Se le condena al fusilamiento de su alma y del eterno castigo de su conciencia. Porque la conciencia nunca olvida. Que Dios se apiade de usted y le otorgue el perdón eterno. – Gilberto traga saliva y respira con violencia, como tratando de aspirar valentía del aire – Soldados, apunten – Gilberto cierra los ojos, el valor de ver a sus asesinos se ha esfumado. Solo quiere salir de ahí. Que esta pesadilla termine lo más rápido posible - ¡Fuego! – Su verdugo grita con todas sus fuerzas  y sus hombres obedecen.

       Toda su vida en un segundo. Su niñez en la calle de su infancia, los partidos de futbol con los amigos, los amores, los desamores, su madre, la guerra, Julia, Fabián y por ultimo su verdugo, la voz de aquel hombre misterioso. – ¡Fuego! – Reconoce la voz, pero no puede ser posible. Ese tono de voz, el propietario de ese tono de voz. Él lo conoce. Gilberto sabe exactamente quién es. La bala toca su pecho y todo se oscurece.

      Abre los ojos, mira para todos lados, está recostado en una fosa y en ella cuerpos de hombres y mujeres inertes junto a él, acompañándolo en su terror. Lleva su mirada hacia arriba como buscando una salida pero lo único que ve es un hombre con pala en mano, es la figura, la sombra que lo acompaño hasta el final. Gilberto lo reconoce totalmente. Como pudo haber sido  tan tonto. El hombre es él. El espejo de sus acciones, el clon de sus actos. El sorbo de su propia medicina. El mismo  se  devuelve la mirada. El hombre, el Gilberto del espejo responde al moribundo con un saludo militar y un grito de guerra. – ¡Duerma bien mi General! -.Gilberto grita mientras la tierra va tapando poco a poco la luz y su voz.

         El General Gilberto Carrasco se despierta agitado aquella mañana del 24 de marzo. Es la tercera pesadilla esta semana, la 17  de este mes y  la número 210 este año. El las cuenta bien, sirve como dato preciso para su psiquiatra de cabecera, el mismo que le proporciona esas pastillas color ámbar  que le permiten seguir su vida como si nada, en una mansión de grandes jardines y una piscina pagada con voces acalladas.


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