Cuenta
un soñador, que en un futuro no muy cercano, no muy lejano, existirá un hombre,
con las manos rajadas como la tierra seca que inútilmente trata de cultivar. Él
no se dará por vencido. Con la fuerza que le queda aún a su cuerpo cansado,
romperá la tierra infértil, creando los túneles que servirán de cuna para una
semilla. Esa semilla que con ayuda de las gotas de sudor y de una u otra
lagrima perdida en su recuerdo, germinara como una idea y de esa idea, una
revolución.
lunes, 24 de junio de 2013
Elefantes de patas largas
Mis labios juegan con
el curvilíneo de tus diseños, como Dalí pintando el más surreal de sus sueños…
domingo, 23 de junio de 2013
Sueño de una noche de verano
Érase
una vez un amor que apareció como un fantasma en lo más oscuro de la noche,
robando más que un beso, alterando el uno, dos, tres, de un corazón arrítmico.
Construyendo una ilusión en cuestión de segundos. Transformando una fría
madrugada en un día de verano. Pero así como así, como los sueños son, todos
terminan sin querer terminar.
¡Duerma bien mi General!
Gilberto Carrasco abre los ojos y se
encuentra de nuevo en la calle de su infancia, aquella donde jugaba a las canicas,
organizaba partidos de fútbol y alguna u otra pelea entre compañeros de salón.
La calle sigue igual que en sus recuerdos, la única diferencia es que las
paredes de las casas ya no son blancas y lisas, se han convertido en muros
semidestruidos, teñidos con una mezcla de graffiti, pegamento para afiches y
manchas de sangre, las cuales emanan en borbotones de los huecos producidos
por balas de grueso calibre. Esos hilos sangrientos, se conectan como un
puente construido involuntariamente a los
cuerpos tirados de estudiantes universitarios, quienes junto con una que otra llanta ardiendo, van adornando un
escenario apocalíptico ante sus ojos. De pronto, Gilberto escucha un grito que
lo saca de su visión bélica. – ¡Ahí hay uno! – Localiza el origen de la voz y mira corriendo hacia él, tres soldados componiendo un
ritmo de muerte con sus botas. El solo corre, alejándose de ellos como
ciervo ante sus cazadores. Una que otra vez, en medio de la desesperación de la huida,
tuerce el cuello tanto como puede, rogando que en cada intento vea a sus
perseguidores desapareciendo. Dobla la
esquina, esa esquina donde robó su primer beso y recibió también su primera
cachetada de rechazo. Esa esquina donde exclamaba ideas de revolución para la
realización de una utopía. Dobla esa esquina donde su madre se despedía de él
con un abrazo y un padre nuestro antes de comenzar su nueva vida .
Gilberto pasa la esquina llena de
recuerdos y mira por última vez hacia atrás, los soldados han desaparecido. Al momento de volver
su rostro hacia el frente, él y sus recuerdos se desvanecen al chocar
sorpresivamente contra un hombre. Gilberto cae al suelo, mira a su muro humano
y trata de reconocer a aquella figura. El contra luz producido por el sol, ha
convertido a aquel hombre en una sombra siniestra.
-¿No me reconoces?
– Le susurra la figura. Gilberto niega con los ojos lo que no entiende. La
sombra vuelve a hablar con un tono de decepción – Te he acompañado toda la
vida, en todos tus actos, en todos tus anhelos y ahora me desconoces - Antes de que él pueda contestar, siente las
manos de los soldados que lo arrastran. Trata de soltarse pero es inútil, lo
único que puede hacer es ver como aquel hombre desconocido para él, se va
haciendo cada vez más pequeño, mientras lo arrastran a lo desconocido. Gilberto
deja de poner resistencia y cierra los ojos como tratando de escapar a su
realidad.
Cuando los vuelve a abrir, la calle se
ha convertido en un estadio de luces apagadas, oscuro, solo con las estrellas
alumbrando el césped. Ese es el mismo estadio que él frecuentaba cuando era
joven y la vida solo era fútbol y amigos. El lugar donde se gritaba por pasión,
ahora solo es un recinto macabro. No está solo, cientos de jóvenes sentados, mirándolo
a él, solo a él, como si fuera el único en el lugar. Entre ellos, lo ve de
nuevo, es la misma figura de la calle de su infancia, ahora lo ve un poco
mejor, distingue un uniforme militar, pero aún no lo reconoce. Hay algo en él,
que le es muy familiar, pero aun así, tan distante como su mismo pasado. – ¿Quién eres? – Gilberto pregunta a aquella
silueta extraña – Tú me conoces – Le responde el hombre. Gilberto se aproxima a
él para observarlo mejor y tratar de reconocerlo, pero algo lo detiene. Un
grito se oye escondido en la multitud, seguido por un llanto de desesperación.
Es claramente una mujer. La figura, la sombra con uniforme militar apunta a un
lugar. Gilberto se acerca y la busca entre las miradas de la gente, llega donde
ella y la reconoce, es Julia, su esposa, la abraza, la besa, pero ella no
reacciona, solo llora y apunta a unos militares con un bebe en brazos, él grita,
y corre hacia ellos, como si fuera su hijo el robado de los brazos de su madre.
Un culatazo fulminante lo desmaya antes
de llegar a su objetivo.
Reacciona al golpe. El estadio ha
desaparecido, ahora se encuentra sentado en una silla, amarrado, desnudo. El
hombre misterioso con uniforme militar lo mira desde una esquina de aquella
habitación. Gilberto ha estado ahí antes, vagamente lo recuerda, el color de la
pared, un azul frio descascarado, recuerda hasta la misma silla, pero dentro de
su recuerdo, en aquella silla, el que
esta sentado no es él.
- ¿Todavía no me
reconoces Gilberto? – Pregunta el militar mientras camina hacia él. Gilberto no
puede mirar su rostro, quiere reconocerlo pero no puede. El sonido de sus botas
aumenta como si él lo provocase intencionalmente mientras camina en círculos
alrededor de la silla.
- ¿Por qué me
hacen esto? – Pregunta Gilberto mientras el hombre se coloca detrás de él y presiona
fuertemente sus hombros - Es graciosa la
vida. Un día te encuentras en lo más alto del reino animal y al minuto
siguiente, solo eres una rata asustada en un laberinto de cemento – Gilberto
responde tratando de soportar el dolor que le produce las manos del extraño
hombre en sus hombros. - Yo no me
merezco esto. Todo lo que hice, no fue por mi, fue por la patria, fue por mi
gente, por nuestros ideales.
-
¿Pero
a qué precio Gilberto?
-
Al
más alto, hice todo que fuera posible para que mi sueño se vuelva real
-
¿Silenciar
voces? – La pregunta retumba su oído. Gilberto puede sentir un olor a putrefacción
saliendo de la boca de su acompañante -¿Ocultar verdades? – El hombre se acerca cada vez más a su rostro.
-
Fue
necesario – Le responde escapando de ese olor que se introduce poco a poco en
sus fosas nasales - ¿Quién eres tu? Tienes uniforme de oficial. Te ordeno que
me dejes hablar con tu superior. Este es un error.
-
No
hay errores en la vida. Todo es acción y reacción – Le responde aquel soldado
desconocido mientras dos de sus compañeros entran y desatan a Gilberto.
Los soldados lo conducen a empujones a un
baño destruido. Le quitan la ropa y una manguera se encarga de lavar la
suciedad y la sangre mezclada en su rostro. El agua helada apenas deja que
Gilberto respire. Grita, maldice, llora, ya nada importa, dentro de si mismo
puede adivinar su final.
Colocan su cuerpo
desnudo en una celda, él se acomoda en posición fetal en una esquina. Cientos
de ojos lo miran. Personas desnudas como él le hacen compañía en la
oscuridad. A las horas, soldados entran
a la celda grupal y sacan a un joven. Se
escucha un disparo, inmediatamente realizan la misma operación. Un joven, un
disparo. A los minutos la habitación se hace más grande. Quedan pocas personas.
Gilberto espera solo el momento en que sea él, el protagonista del disparo.
Solo quedan dos. Un joven en la esquina opuesta de la habitación y él. El
disparo se escucha, los soldados entran a la celda y levantan del brazo a su última
compañía. Lo reconoce, es su hijo, Fabián.
Gilberto se levanta con las fuerzas que le quedan y corre hacia él, no
dejará que se lo lleven. Es su único hijo, un hijo rebelde quizás, un hijo que
nunca estuvo en sus planes. Un hijo que siempre fue la segunda opción de la
agenda del día. Tenían diferencias. Fabián
amaba su libertad sobre todo. Gilberto no creía en una libertad
absoluta. Esa no es razón para matarlo. Gilberto trata de arrancar a su hijo de los brazos de la muerte, -
Espera tu turno – Le dice el soldado luego de empujarlo hacia el piso. Gilberto
se queda mirando a su hijo. No puede hacer nada. Sus ojos se despiden con un hasta pronto en
la eternidad. Un disparo retumba en el lugar.
Solo le queda esperar su destino.
Esta amaneciendo. Un haz de luz entra por un pequeño hueco de la venta tapiada.
Ese pequeño regalo de luz es suficiente
para ver la pared cubierta por palabras unidas entre sí, palabras formando
frases y estas frases, verdades. Verdades escritas con cinceles sobre el
cemento y la piedra. Símbolos que no podrán ser borrados sin antes destruir el
lugar. Los tatuajes de una realidad oculta. Cada frase que Gilberto lee hace
una herida en su corazón. Ahora lo entiende, pero ya es tarde, no hay forma de
rehacer el pasado.
Entran a la celda
por él. Gilberto se levanta voluntariamente. Ya no hay nada por qué luchar.
Todo lo que él creía terminó derrumbándose como una torre mal construida. Sale
de la celda. Su amigo, la figura, la sombra con traje militar lo mira mientras
camina a su fusilamiento. Gilberto le devuelve la mirada y cada vez va viendo
algo más familiar en su rostro. Llega a un patio con olor a muerte y pólvora. Lo
acomodan frente a sus verdugos. Detrás de él una pared con más historias, con más
arrugas y con más cicatrices que las de su alma. Rechaza que le tapen los ojos
con un pedazo de tela mal cortada. Si es que va a morir, quiere morir con la
vista al frente, mirando el punto final de su destino, cortado por la velocidad
de una bala.
El acompañante de su calvario está ahí,
detrás del pelotón de fusilamiento, preparado para dar la orden que cegará su
vida para siempre. Un silencio sepulcral envuelve el ambiente. Solo se escucha
la respiración agitada de Gilberto como queriendo apurar los segundos de su
limitado tiempo. El silencio se rompe con la voz del hombre. – Gilberto
Carrasco, se le acusa de ocultar verdades, robar inocencias, matar recuerdos,
violar dignidades, secuestrar ideales. Se le condena al fusilamiento de su alma
y del eterno castigo de su conciencia. Porque la conciencia nunca olvida. Que
Dios se apiade de usted y le otorgue el perdón eterno. – Gilberto traga saliva
y respira con violencia, como tratando de aspirar valentía del aire – Soldados,
apunten – Gilberto cierra los ojos, el valor de ver a sus asesinos se ha
esfumado. Solo quiere salir de ahí. Que esta pesadilla termine lo más rápido
posible - ¡Fuego! – Su verdugo grita con todas sus fuerzas y sus hombres obedecen.
Toda su vida en un segundo. Su niñez en la calle de su infancia, los
partidos de futbol con los amigos, los amores, los desamores, su madre, la
guerra, Julia, Fabián y por ultimo su verdugo, la voz de aquel hombre
misterioso. – ¡Fuego! – Reconoce la voz, pero no puede ser posible. Ese tono de
voz, el propietario de ese tono de voz. Él lo conoce. Gilberto sabe exactamente
quién es. La bala toca su pecho y todo se oscurece.
Abre los ojos, mira para todos
lados, está recostado en una fosa y en ella cuerpos de hombres y mujeres
inertes junto a él, acompañándolo en su terror. Lleva su mirada hacia arriba
como buscando una salida pero lo único que ve es un hombre con pala en mano, es
la figura, la sombra que lo acompaño hasta el final. Gilberto lo reconoce
totalmente. Como pudo haber sido tan
tonto. El hombre es él. El espejo de sus acciones, el clon de sus actos. El
sorbo de su propia medicina. El mismo se
devuelve la mirada. El hombre, el
Gilberto del espejo responde al moribundo con un saludo militar y un grito de
guerra. – ¡Duerma bien mi General! -.Gilberto grita mientras la tierra va
tapando poco a poco la luz y su voz.
El General Gilberto Carrasco se
despierta agitado aquella mañana del 24 de marzo. Es la tercera pesadilla esta
semana, la 17 de este mes y la número 210 este año. El las cuenta bien,
sirve como dato preciso para su psiquiatra de cabecera, el mismo que le
proporciona esas pastillas color ámbar que
le permiten seguir su vida como si nada, en una mansión de grandes jardines y
una piscina pagada con voces acalladas.
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